había una que otra vez...

Los cuentos que nos contaron contados como se nos canta.

viernes, 15 de junio de 2012

La nueva vida de Cenicienta

             Ya habían transcurrido tres años desde que se casaron Cenicienta y el Príncipe, eran un  no tan feliz matrimonio real, que amaba a sus quintillizos de dos años por sobre todas las cosas.

A pesar de ser una princesa, la vida de Cenicienta era como la de cualquier otra ciudadana; se pasaba el día cocinando, lavando, planchando, barriendo, fregando, lustrando, cociendo y … cuidando a sus hijos.

Por estos motivos no tenía tiempo para su cuidado personal, por lo que siempre estaba despeinada y desarreglada, tenía un grave problema de acné, canas y arrugas prematuras y estaba bastante excedida de peso.

Por el contrario, el Príncipe era aun más atractivo que antes, había empezado el gimnasio, se hacía tratamientos de belleza e iba al estilista y al solárium con más frecuencia de la que Cenicienta se bañaba. Por otro lado se había vuelto egoísta y un poco mandón… no quería que Cenicienta se divierta ni salga, quería que solo se ocupara de los quehaceres domésticos y no le dejaba  tomar decisiones .El mismo había echado  a las mucamas, porque pensaba que Cenicienta  tenía la capacidad de hacer todas las tareas de hogar y cuidar a los chicos ella sola.

Como apenas salía del palacio, solo para hacer los mandados o visitar a los parientes, Cenicienta era un poco ingenua, podía ser engañada fácilmente y solo tenía un par de amigas. Una de ellas se llamaba Jacqueline Dawson; y vivía a la vuelta del palacio.

Una tarde, cenicienta estaba yendo a hacer los mandados cuando pasó por la puerta de la casa de Jacqueline, y vio allí atado a un caballo muy, muy similar al del Príncipe. Observo y pensó: “¡Oh, que afortunado es el novio de Jacqueline de tener un corcel tan hermoso y similar a nuestro queridísimo Filipino! Incluso tiene la misma mancha en el ojo izquierdo. ¡Es tan tierno!” y siguió su camino a la verdulería. Cuando llego al palacio, el Príncipe no había vuelto aun de quien sabe dónde se habría ido con un ramo de flores “a visitar a su abuela” había dicho él. Claro que si, ¿dónde más iría si no?

Limpiando la habitación matrimonial, Cenicienta encontró un paquete debajo de la cama .Lo sacó. Era un paquete rojo con círculos dorados, y un gran moño plateado. “¿qué será?” se preguntó “si lo abro… ¿se dará cuenta el príncipe de que está abierto? No lo creo”. Decidió abrirlo, y encontró un elegante vestido de fiesta violeta y blanco, talle médium. “Oh, no me lo creo” pensó Cenicienta. “Debe ser un regalo que mi queridísimo maridito me compro para mi cumpleaños! Si falta tan poco, solo siete meses. El sí que se preocupa por mí, ya veo con cuanta anticipación lo compró. Pero para que me entre, deberé hacer una estricta dieta o bien mandarlo a agrandar, ya que es tres talles menos que el mío “.

Cenicienta lo quería tanto… que estaba ciega de amor creía que era el mejor y que solo hacía maravillas. Anhelaba  su entera felicidad, por lo que limpiaba y ordenaba su hogar constantemente; bien recordaba las palabras de su amado esposo cuando le hizo saber que quería  vivir en un palacio más limpio que la seda por eso se ocupaba de este todo el tiempo.

Tiempo después, en una fría mañana, Cenicienta se encargaba de la limpieza de su  habitación  nuevamente, mientras cocinaba y escuchaba el llanto de sus retoños, encerrados en un corral. ”Cálmense preciosuras, debo limpiar… saben que a papá le gusta tener una habitación bien limpia”

Estaba cambiando la sabana cuando vio, sobre la almohada del príncipe, un rojizo y ondulado cabella. “a que este hombre se ha teñido un mechón de pelo y no me ha contado nada” se dijo .Acto seguido, decidió ordenar  los estantes, donde encontró una cadena con una delicada medallita de medio corazón. “esta debe ser la medallita que comparte con su bondadosa hermana, de la que tanto me habla ¡ya tendré tiempo de conocerla, debe ser muy buena y hermosa, si tenemos en cuenta que es hermana de este incomparable hombre!”

Los días pasaban, el invierno se acercaba, el príncipe nunca estaba en casa y Cenicienta se aburría. Por lo que una tarde decidió ir a visitar a su hada madrina, con quien aun mantenía contacto. Llegó al punto de encuentro de siempre, pero en lugar de esta el hada madrina había una nota que decía:

"¿No era de esperar?

a este hombre sin igual

al cielo debes mandar

y con su fortuna te debes quedar"

"¿Que me habrá querido decir el hada con este mensaje?" se preguntaba Cenicienta. Estaba camino a su casa, preguntándose qué había pasado que su amiga no se había presentado, cuando las voces de las vecinas chismosas la distrajeron de sus pensamientos: “¡y que no te digan en la esquina el venado, el venado!”, “los ciervos son mi animal preferido”, “¡a Papá Noel se le perdió un reno!”… y ahí empezaban las interminables risas diarias. “Si, queridas vecinas, la navidad se acerca… ¡no sean ansiosas que habrá regalos para todas!” contestaba Cenicienta alegremente, sin entender del todo por qué le dedicaban tanto entusiasmo a la navidad y a los animales navideños. Sin darle importancia, entro al palacio y se puso a lustrar los zapatos del príncipe que, como era de esperar, no estaba en casa. Cuando de repente, diviso en la suela de un zapato, pegada y aplastada, una pelusa color gris topo, de aproximadamente medio centímetro. Cenicienta quedó en estado de shock. No podía creerlo. ¡¡Ya había entendido todo!! Porque esas pelusas son las que están en la casa de Elizabeth, una vecina. Es decir que su príncipe, su vida, su terrón de azúcar, ¡estaba engañándola!

Indignada, decidió que iría a la casa de sus hermanastras para contarles lo sucedido, por lo que se subió al caballo y emprendió viaje. 

Cuando llego, estas estaban en el jacuzzi, muy entretenidas. “¡Griselda! ¡Anastasia! ¡No saben lo que me pasó! ¡Descubrí que mi marido me engaña con otra mujer! ¿Pueden creerlo? Él que parecía tan bueno… ¡y fui a encontrar una pelusa de la casa de Elizabeth en su zapato! Esto es realmente increíble...

Y en ese instante se formaron unas pequeñas burbujas En el agua del jacuzzi, y la cabeza del príncipe se asomo a la superficie. ¡Estaba con sus propias hermanas! ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudieron?

Muertas de vergüenza, Griselda y Anastasia salieron del jacuzzi. El príncipe estaba a punto de hacer lo mismo cuando Cenicienta recordó el consejo de su fiel hada madrina:

"¿No era de esperar?

a este hombre sin igual

al cielo debes mandar

y con su fortuna te debes quedar"

Casi inconscientemente, agarró el secador de pelo. Lo enchufó, muy lentamente, escuchó un suave “yo te explico…”, pero era demasiado tarde. El secador de pelo, prendido, ya estaba adentro del jacuzzi.

Esta historia pertenece a Valeria Van der Ploeg, Yésica Hermida, Florencia González y Fernando Perrone.

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