Ya
habían transcurrido tres años desde que se casaron Cenicienta y el Príncipe,
eran un no tan feliz matrimonio real,
que amaba a sus quintillizos de dos años por sobre todas las cosas.
A
pesar de ser una princesa, la vida de Cenicienta era como la de cualquier otra
ciudadana; se pasaba el día cocinando, lavando, planchando, barriendo,
fregando, lustrando, cociendo y … cuidando a sus hijos.
Por
estos motivos no tenía tiempo para su cuidado personal, por lo que siempre
estaba despeinada y desarreglada, tenía un grave problema de acné, canas y
arrugas prematuras y estaba bastante excedida de peso.
Por
el contrario, el Príncipe era aun más atractivo que antes, había empezado el
gimnasio, se hacía tratamientos de belleza e iba al estilista y al solárium con
más frecuencia de la que Cenicienta se bañaba. Por otro lado se había vuelto
egoísta y un poco mandón… no quería que Cenicienta se divierta ni salga, quería
que solo se ocupara de los quehaceres domésticos y no le dejaba tomar decisiones .El mismo había echado a las mucamas, porque pensaba que
Cenicienta tenía la capacidad de hacer
todas las tareas de hogar y cuidar a los chicos ella sola.
Como
apenas salía del palacio, solo para hacer los mandados o visitar a los
parientes, Cenicienta era un poco ingenua, podía ser engañada fácilmente y solo
tenía un par de amigas. Una de ellas se llamaba Jacqueline Dawson; y vivía a la
vuelta del palacio.
Una
tarde, cenicienta estaba yendo a hacer los mandados cuando pasó por la puerta
de la casa de Jacqueline, y vio allí atado a un caballo muy, muy similar al del
Príncipe. Observo y pensó: “¡Oh, que afortunado es el novio de Jacqueline de
tener un corcel tan hermoso y similar a nuestro queridísimo Filipino! Incluso
tiene la misma mancha en el ojo izquierdo. ¡Es tan tierno!” y siguió su camino
a la verdulería. Cuando llego al palacio, el Príncipe no había vuelto aun de
quien sabe dónde se habría ido con un ramo de flores “a visitar a su abuela”
había dicho él. Claro que si, ¿dónde más iría si no?
Limpiando
la habitación matrimonial, Cenicienta encontró un paquete debajo de la cama .Lo
sacó. Era un paquete rojo con círculos dorados, y un gran moño plateado. “¿qué
será?” se preguntó “si lo abro… ¿se dará cuenta el príncipe de que está
abierto? No lo creo”. Decidió abrirlo, y encontró un elegante vestido de fiesta
violeta y blanco, talle médium. “Oh, no me lo creo” pensó Cenicienta. “Debe ser
un regalo que mi queridísimo maridito me compro para mi cumpleaños! Si falta
tan poco, solo siete meses. El sí que se preocupa por mí, ya veo con cuanta
anticipación lo compró. Pero para que me entre, deberé hacer una estricta dieta
o bien mandarlo a agrandar, ya que es tres talles menos que el mío “.
Cenicienta
lo quería tanto… que estaba ciega de amor creía que era el mejor y que solo
hacía maravillas. Anhelaba su entera
felicidad, por lo que limpiaba y ordenaba su hogar constantemente; bien
recordaba las palabras de su amado esposo cuando le hizo saber que quería vivir en un palacio más limpio que la seda
por eso se ocupaba de este todo el tiempo.
Tiempo
después, en una fría mañana, Cenicienta se encargaba de la limpieza de su habitación
nuevamente, mientras cocinaba y escuchaba el llanto de sus retoños,
encerrados en un corral. ”Cálmense preciosuras, debo limpiar… saben que a papá
le gusta tener una habitación bien limpia”
Estaba
cambiando la sabana cuando vio, sobre la almohada del príncipe, un rojizo y
ondulado cabella. “a que este hombre se ha teñido un mechón de pelo y no me ha
contado nada” se dijo .Acto seguido, decidió ordenar los estantes, donde encontró una cadena con
una delicada medallita de medio corazón. “esta debe ser la medallita que
comparte con su bondadosa hermana, de la que tanto me habla ¡ya tendré tiempo
de conocerla, debe ser muy buena y hermosa, si tenemos en cuenta que es hermana
de este incomparable hombre!”
Los
días pasaban, el invierno se acercaba, el príncipe nunca estaba en casa y
Cenicienta se aburría. Por lo que una tarde decidió ir a visitar a su hada
madrina, con quien aun mantenía contacto. Llegó al punto de encuentro de
siempre, pero en lugar de esta el hada madrina había una nota que decía:
"¿No
era de esperar?
a
este hombre sin igual
al
cielo debes mandar
y
con su fortuna te debes quedar"
"¿Que
me habrá querido decir el hada con este mensaje?" se preguntaba
Cenicienta. Estaba camino a su casa, preguntándose qué había pasado que su
amiga no se había presentado, cuando las voces de las vecinas chismosas la
distrajeron de sus pensamientos: “¡y que no te digan en la esquina el venado,
el venado!”, “los ciervos son mi animal preferido”, “¡a Papá Noel se le perdió
un reno!”… y ahí empezaban las interminables risas diarias. “Si, queridas
vecinas, la navidad se acerca… ¡no sean ansiosas que habrá regalos para todas!”
contestaba Cenicienta alegremente, sin entender del todo por qué le dedicaban
tanto entusiasmo a la navidad y a los animales navideños. Sin darle
importancia, entro al palacio y se puso a lustrar los zapatos del príncipe que,
como era de esperar, no estaba en casa. Cuando de repente, diviso en la suela
de un zapato, pegada y aplastada, una pelusa color gris topo, de
aproximadamente medio centímetro. Cenicienta quedó en estado de shock. No podía
creerlo. ¡¡Ya había entendido todo!! Porque esas pelusas son las que están en
la casa de Elizabeth, una vecina. Es decir que su príncipe, su vida, su terrón
de azúcar, ¡estaba engañándola!
Indignada,
decidió que iría a la casa de sus hermanastras para contarles lo sucedido, por
lo que se subió al caballo y emprendió viaje.
Cuando
llego, estas estaban en el jacuzzi, muy entretenidas. “¡Griselda! ¡Anastasia!
¡No saben lo que me pasó! ¡Descubrí que mi marido me engaña con otra mujer!
¿Pueden creerlo? Él que parecía tan bueno… ¡y fui a encontrar una pelusa de la
casa de Elizabeth en su zapato! Esto es realmente increíble...
Y
en ese instante se formaron unas pequeñas burbujas En el agua del jacuzzi, y la
cabeza del príncipe se asomo a la superficie. ¡Estaba con sus propias hermanas!
¿Cómo pudo? ¿Cómo pudieron?
Muertas
de vergüenza, Griselda y Anastasia salieron del jacuzzi. El príncipe estaba a
punto de hacer lo mismo cuando Cenicienta recordó el consejo de su fiel hada
madrina:
"¿No
era de esperar?
a
este hombre sin igual
al
cielo debes mandar
y
con su fortuna te debes quedar"
Casi
inconscientemente, agarró el secador de pelo. Lo enchufó, muy lentamente,
escuchó un suave “yo te explico…”, pero era demasiado tarde. El secador de
pelo, prendido, ya estaba adentro del jacuzzi.
Esta historia pertenece a Valeria Van der Ploeg, Yésica Hermida, Florencia González y Fernando Perrone.